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© 2017 Los Cuatro Caminos
Uno de mis primeros viajes fue al Himalaya. El Ganges brota de un manantial glacial en lo alto del Himalaya, a dos tercios de la altura del monte Shivling, en un risco helado conocido por los lugareños como Gaumukh, o “la boca de la vaca”. Había caminado durante varios días para rezar en el nacimiento del río sagrado, cerca del lugar donde un sabio llamado Patanjali había puesto los Yoga Sutras en pergamino unos 2.500 años atrás. Mientras subía, observé a los sadhus, los yoguis peregrinos, sentados en meditación estoica y bañándose en las gélidas aguas.
Entonces, en un punto situado a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, me quité los zapatos y probé el agua con los dedos de mis pies. Me concentré en mi respiración y me sumergí.
Inspira,
Expira,
Inspira.
Unos instantes después, me sentí flotando sobre el arroyo y observé mi cuerpo debajo de mí, temblando en silencio. Recordé lo que Patanjali había escrito acerca de que el yogui puede abandonar su cuerpo a voluntad. Me sentía libre y sin límites, y podía percibir las montañas nevadas que me rodeaban, el bosque más abajo y la vasta extensión de cielo azul que me envolvía y me sostenía. Lo percibía todo a la vez. Éramos uno; la naturaleza, el río, el cielo y yo.
Entonces, algo me devolvió la conciencia a mi cuerpo. En un instante, volví a estar en mi propia piel y solté un grito que resonó en las montañas. Salí de un salto del arroyo y, cuando la circulación volvió a mis miembros, sentí como si me pincharan un millón de pequeños cristales de hielo. Me recosté en una gran roca, riendo y llorando, absorbiendo su calor. Me recordé a mí mismo que el yoga es una práctica interior y que desafiar el hielo y el fuego está bien, pero las verdaderas pruebas del yogui son espirituales.
Había venido al nacimiento del Ganges para investigar un libro. También estaba allí para pedir la bendición de Devi, la Diosa Madre, para componer una versión de los Sutras de Patanjali que aportara la sabiduría tierna, femenina y no dogmática de esta antigua tradición. Pasé muchos años practicando yoga, así como estudiando con los sabios de las Américas. En los Yoga Sutras, encontré muchos paralelismos con lo que había descubierto entre los chamanes indígenas que había conocido en el otro extremo del mundo.
Tanto los yoguis como los chamanes buscaban dominar niveles de conciencia que les ayudaran a liberarse del sufrimiento y les llevaran a una experiencia directa e inmediata de lo divino. Ambos buscaban la quietud, la iluminación y la expresión de su máximo potencial humano. Ambos buscaban sanarse a sí mismos a través de la disciplina y la práctica. Cuanto más aprendía sobre los antiguos yoguis que vivieron hace miles de años en las laderas del Himalaya, más me daba cuenta de que estos yoguis eran los antepasados de los chamanes del Tíbet y de América. Sus descendientes fueron los hombres y mujeres que colonizaron las montañas nevadas, entraron en Siberia, y más tarde cruzaron el estrecho de Bering hacia América.
Ejercicio de Reflexión…
El yoga es una práctica interior y las verdaderas pruebas del yogui son espirituales. Te invito a meditar haciéndote la siguiente pregunta: ¿Qué pruebas espirituales han sido importantes en el camino de tu vida?
En Munay, Alberto Villoldo