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Hace un par de años escuché a una amiga chamana tolteca decirle a un grupo de estudiantes: “Somos los hijos de la Inquisición! Quinientos años de tortura, castigo, y matanza a quienes tenían el conocimiento y la sabiduría para sanar y ser autosuficiente”. En ese momento los pelos de mis brazos se erizaron reconociendo el poder de la verdad en sus palabras.
Decidí entonces informarme en detalle sobre los hechos, y a observar de manera consciente los perjudiciales efectos de tal Institución en nuestra cultura occidental.
En el año 1231 el Papa Gregorio IX estableció la Inquisición para la captura y juicio de “herejes” y disidentes. Aun cuando la Iglesia Católica Romana fue la creadora de esta plataforma de persecución, en ningún caso fue la única. Con entusiasmo siguieron su modelo las Iglesias protestantes incluyendo a luteranos, calvinistas, y anglicanos.
Ninguna de estas persecuciones hubiera sido posible sin el permiso y cooperación de los gobiernos seculares. Las autoridades de la Iglesia y el Estado se confundían en una sola y el ciudadano tenía que seguir la religión del rey. En muchas ocasiones un delito en el campo religioso era considerado como atentatorio contra la autoridad civil.
El clérigo educaba a los monarcas o jefes de gobierno en los motivos de la persecución y en los métodos de hostigamiento que iban desde la tortura a la muerte.
En un comienzo se persiguieron a “herejes” tales como los cátaros en el Sur de Francia y los valdenses en el Norte de Italia, pero pronto también se acosó al clérigo del antiguo culto a la Diosa tildándolos de hechiceros o brujas.
Por trescientos años, entre 1450 y 1750, existió la “cacería de brujas” en un 90% en contra de mujeres y el resto hombres. Se persiguieron a curanderos y curanderas, parteras y medicas, sacerdotisas y pitonisas. Pero también se aprovechó de acusar de hechicero o bruja a toda persona quien airara a la Iglesia.
Hoy en día en nuestra cultura sentimos un fuerte llamado a recuperar nuestra sabiduría natural y ancestral, y a su vez sentimos una fuerte resistencia o miedo oculto a “empoderarnos”. Cuando nos enfermamos vamos al doctor; cuando queremos una vida con más sentido espiritual vamos a la Iglesia; y a su vez permitimos que nuestros gobiernos tomen decisiones tóxicas para nosotros o el medio ambiente.
Es hora de despertarnos y cuidar y reclamar lo que nos pertenece!
Todos los seres humanos somos indígenas y aborígenes de la Tierra, y tenemos no solo el derecho sino que la obligación de recordar la sabiduría y la medicina de nuestros ancestros y de nuestra Madre.
A su vez, todos somos hijos del mismo Espíritu o fuente de consciencia, y podemos aprender a mantener un altar y rezarle directamente. Si vamos a la Iglesia es para cultivarnos, profundizar, o sentirnos en comunidad, pero no entregamos nuestro propio poder de conexión. El Espíritu está en todo y en cada uno de nosotros, y la manera más efectiva de rezarle es con sinceridad y humildad.
En cuanto a nuestro destino como civiles, debemos soltar la flojera y la apatía y convertirnos en un oasis de consciencia para nuestra comunidad ayudando a otros a recordar como empoderarse, no con palabras sino que siendo un ejemplo.
Con fuerza, compasión, y entendimiento –y sin rabia- creamos comunidades más sanas para nuestra vida y las generaciones que vienen con respeto a todos los seres sintientes.
Con amor,
Marcela Lobos