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Para el pueblo navajo, la pintura de arena es una entidad dinámica, viva y sagrada que permite al paciente transformar su estado mental y físico al enfocarse en los poderosos símbolos míticos que se recrean al mismo tiempo que se va cantando o rezando.
A su vez, el mandala es un diagrama que representa el cosmos, y que al usarse de manera terapéutica nos ayuda a integrar la totalidad de nuestro ser. Es muy común en las tradiciones orientales la creación de mandalas como mapas hacia realidades sutiles que existen más allá de la consciencia ordinaria.
En nuestro proceso de transformación tomamos el potencial de ambas herramientas y lo usamos para mover los elementos de nuestra psique hacia una mayor coherencia y por ende, mayor bienestar.
Para hacer tu mandala, debes juntar elementos de la naturaleza como palitos, piedras, hojas, flores, o sino pueden ser granos o semillas. Debes confiar en tu intuición y recoger lo que te llame. También puedes elegir poner algún elemento personal que tenga un significado especial para ti. Recuerda honrar a las plantas vivas si le vas a sacar una ramita o flor (le pides permiso y luego le agradeces).
Luego encuentra un lugar cerca de ti, ojalá en el exterior para interactuar directamente con la naturaleza, pero si no puedes entonces dentro de tu casa. Después, abre espacio sagrado y arma un círculo con los objetos que recolectaste. Ese círculo representa el total de tu psique. Ahora, de manera fluida, sin pensar mucho, reparte el resto de los objetos dentro del círculo. Si la Madre Naturaleza así lo elige, permítele que también participe en tu creación a través del viento o la lluvia.
Crear un mandala es una meditación, un camino a tu sabiduría interna. Además, le sirve de espejo a tu ser íntimo. Cuando estés listo/a, estudia tu creación, presta atención a las emociones que te surgen mientras lo observas.
Con el paso del tiempo, desde segundos hasta el próximo día, es probable que sientas la necesidad de retirar o re-arreglar algunos de los ítems. ¡Hazlo! En esencia estás reparando tu energía, transformando y sanando.
Al cabo de unos días – dependiendo de las instrucciones de cada clase – desmantelas el mandala o pintura de arena y agradeces a cada elemento por acompañarte. Puedes poner esos elementos de manera dispersa en la tierra, entregárselas a un lago o río, o entregárselas al fuego en tu próxima ceremonia de ese elemento. Al final, debes cerrar espacio sagrado y no dejar huellas de tu trabajo.