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Durante mis primeros trabajos de antropología, cuando visité culturas que vivían de forma muy parecida a sus antepasados del Paleolítico, me sorprendió comprobar lo presente que estaba lo sagrado en sus vidas. Muchas de sus leyendas hablan de un ser celestial que caminaba por la tierra trayendo sabiduría. Se le conocía como Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, Señor del Amanecer para los aztecas y los hopis.
Quetzalcóatl era el dios que siempre regresaba, asociado a Venus, la estrella de la mañana. Las leyendas dicen que regresa en cada nueva era para traer renovación y sabiduría, y representa nuestro propio eterno retorno a la tierra, vida tras vida. Su legado es renovar continuamente la tierra fértil, para reponer tu cuerpo, tu pensamiento y tu pueblo. Quetzalcóatl enseña que la existencia mortal es breve y que tenemos que apreciarla y protegerla, ya que es extremadamente difícil ganarse un cuerpo físico. Querías una larga vida y buena salud para poder aprender las lecciones que viniste a aprender en este mundo. Los chamanes descubrieron los vegetales comestibles, ricos en fitonutrientes, que nos aseguran una buena salud durante nuestras breves vidas.
Qué extraordinaria colaboración existe entre el ser humano y el reino vegetal. Somos cómplices perfectos: el oxígeno, producto del desecho de la respiración de las plantas, sostiene la vida de los humanos, y nuestro desecho respiratorio, el dióxido de carbono, sostiene la vida de las plantas. Las plantas transforman la luz solar en alimentos ricos en nutrientes que podemos utilizar. Para nuestros antepasados, la supervivencia en la naturaleza era un resultado natural de la interacción respetuosa con ella. Saber qué bayas son nutritivas y cuáles venenosas, y dónde encontrar raíces comestibles requería que los humanos se comunicaran con la vida verde de una forma que resulta increíble para la mayoría de nosotros hoy en día.
Entonces, ¿cómo perdimos esta íntima conexión con el Espíritu y el mundo natural? ¿Cuándo dejamos de hablar con los ríos y los árboles? El antropólogo Jared Diamond lo remonta a 10.000 años atrás, a la revolución agrícola, cuando los humanos cambiaron la dieta paleolítica de cazadores y recolectores por una dieta basada en granos agrícolas. Diamond califica este cambio de dieta como “el peor error de la historia de la raza humana “. Según él, condujo a siglos de guerras y conflictos, y dio lugar a una sociedad tras otra de amos crueles, guerreros despiadados y esclavos desventurados.
Con una dieta basada en el trigo, la cebada, el arroz y el maíz -granos con un alto índice glucémico, o potencial de elevación de la glucosa en sangre- nuestros antepasados agricultores vivían básicamente a base de azúcar. Nuestros cuerpos y cerebros siguen sufriendo las consecuencias para la salud de este cambio dietético. Un cerebro impregnado de azúcar es lento y aburrido.
El auge de la agricultura trajo consigo la idea de que la supervivencia y la seguridad dependían de un poderoso rey divino que pudiera reunir fuerzas para proteger la tierra, los campesinos y los almacenes de grano. Los humanos se volvieron temerosos y belicosos. La experiencia directa de lo divino dió paso a religiones supervisadas por intermediarios y agentes de poder entre Dios y el hombre.
Tenemos que volver a introducir nuestra conexión con el Espíritu y las fuerzas naturales en la ecuación de la sanación. Para encontrar la paz dentro de nosotros mismos y vivir en armonía con todos los seres del planeta, tenemos que alejar nuestra lealtad de la mentalidad tiránica, alimentada con azúcar y cereales. Debemos volver a la dieta basada principalmente en plantas de nuestros antiguos ancestros y a su forma de experimentar la unidad con el cosmos.
¿Has experimentado una dieta basada en plantas?
En Munay, Alberto Villoldo