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Fue el Dr. Carl Jung quien popularizó el concepto de sombra aludiendo a los aspectos de nuestra psique, tanto negativos como positivos, que nos cuesta ver o reconocer como nuestros.
Se refiere a los rasgos de nuestra personalidad que repudiamos hasta el punto de negar que existen en nosotros; o a esas magníficas cualidades frente a las cuales nos sentimos insuficientes para creer que son nuestras o nos da vergüenza expresarlas. De cualquier manera, suprimimos esos aspectos de nuestra conciencia y, finalmente, emergen como comportamiento instintivo. A menudo, esta falta de conciencia conduce a situaciones conflictivas en las que preferimos apuntar hacia los demás en lugar de asumir la responsabilidad. Así es como terminamos proyectando hacia fuera lo que realmente nos pertenece.
Somos especialistas en advertir los errores o imperfecciones de otras personas, y a su vez somos expertos en ocultarlos en nosotros. También, sabemos elogiar un buen talento en otra persona mientras dudamos en desarrollar o mostrar una habilidad que tenemos.
Jung escribió: “El mecanismo de defensa omnipresente conocido como proyección es cómo la mayoría de la gente niega su sombra, e inconscientemente la proyecta sobre los demás para evitar confrontarla en uno mismo. Dicha proyección de la sombra es realizada no solo por individuos sino también por grupos, cultos, religiones y países enteros, y comúnmente ocurre durante guerras y otros conflictos contenciosos en los que el forastero, enemigo o adversario es convertido en chivo expiatorio, deshumanizado y demonizado.”
Cuando nos embarcamos en la práctica del guerrero luminoso, elegimos encontrar dentro de nosotros el detonante de lo que nos está lastimando, en lugar de hacernos de enemigos y culpar al mundo exterior. Ponemos el amor y la conciencia donde encontramos el abandono y el odio; calmamos nuestro enojo y examinamos nuestras opiniones limitantes antes de responder a una situación. Nuestra intención es ser impecables y encontrar un resultado noble en todas las situaciones difíciles.
Por otro lado, debemos abrazar nuestras propias aptitudes y hacer un esfuerzo por desarrollar nuestro genio en lugar de quedarnos cómodamente por debajo de aquellos a quienes elevamos a un pedestal.
La escritora Marianne Williamson lo dijo con gran claridad: “Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta. Nos preguntamos, ¿quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? Eres un hijo de Dios. Tu pequeñez no le sirve al mundo. No hay nada inteligente en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras a su alrededor. Todos estamos destinados a brillar, como hacen los niños.”
¡Bendiciones!
Marcela Lobos