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A menudo, la historia que hemos elaborado sobre nuestras vidas quiere justificar nuestro comportamiento y toma de decisiones. Al liberarnos de esa narrativa torcida por nuestras emociones, podemos comenzar a vivir un presente más auténtico y sin excusas. A su vez, liberamos a los fantasmas de nuestro pasado. No necesariamente personas que hayan muerto, sino las acciones y la influencia de personas que están atrapadas en nuestra psique y siguen afectándonos en el ahora.
Una señal de vernos atrapados por nuestra historia personal es cuando nos vemos ejerciendo uno de estos tres roles:
– La Víctima: Nadie quiere sufrir. Sin embargo, cuando estamos profundamente desempoderados, albergando vergüenza o culpa, podemos volvernos adictos a algún nivel de dolor. Hacer del victimismo algo glamoroso es nuestra estrategia inconsciente para manipular la atención de los demás y así sentirnos especiales.
– El Salvador: Ignorando nuestras propias heridas y necesidades, anhelamos sentirnos mejor ayudando a los demás. Nuestro sentido de la importancia está sujeto al nivel de confianza que los demás depositan en nosotros. Para sentirnos valorados y conectados, creamos dependencia. Con el tiempo, nos cansamos y nos resentimos, y nos deslizamos fácilmente hacia el papel de víctima o de agresor.
– El Agresor: Debido a nuestras propias inseguridades, nos volvemos críticos, enfadados o santurrones. Para sentirnos seguros, queremos imponer nuestro propio orden y disciplina, incluso castigar a los demás. Tememos la pérdida de control y mantenemos una actitud defensiva.
Juntos, estos estos roles forman lo que se conoce en el mundo de la sicología como el Triángulo Dramático, una receta perfecta para perpetuar la tragedia. Mientras el agresor encuentre una víctima, pronto habrá un salvador. Tal como en el siguiente ejemplo, cuando desempeñamos cualquiera de estos tres papeles, es fácil deslizarse de una posición a otra dentro del triángulo.
En una clase que impartía, una de mis estudiantes compartió cómo se había deslizado de un papel a otro en la relación con su pareja. María había conocido a su esposo en el lugar de trabajo, por lo que podían pasar la mayor parte del día juntos al principio de su romance. Sin embargo, unos meses después de casarse, su pareja encontró un trabajo diferente y a su vez, empezó a pasar más tiempo jugando fútbol. Aún cuando María se alegraba de que su esposo ganara un mejor sueldo y practicara el deporte que le gustaba, también lo echaba de menos. Poco a poco su tristeza se convirtió en una sensación de abandono, y su mente empezó a dar vueltas a historias de víctima: “En verdad, él no me quiere cómo decía…” “Prefiere más al fútbol que a mí…”
Luego, la pena de María se convirtió en resentimiento e ira. Cuando su esposo llegaba tarde a casa después de un juego, María fingía estar ocupada y le daba la espalda. Pensaba en vengarse por el trato recibido. Otras veces, María se sentía culpable y se decía a sí misma que estaba siendo egoísta. Entonces hacía un esfuerzo especial para preparar deliciosas comidas.
María se sentía atrapada en un círculo vicioso y no sabía cómo liberarse de los enloquecedores sentimientos que la dominaban. Afortunadamente, al caminar por la dirección Sur de la Rueda Medicinal, María pudo liberarse de su historia de abandono, y de toda la historia que la atrapaba en el triángulo y el drama. Por supuesto, requirió un gran valor y conciencia por su parte, pero la medicina de esa dirección estuvo presente en todo momento para guiarla.
El primer paso es tomar la decisión consciente y valiente de despojarnos de las excusas que determinan nuestras actitudes y acciones.
El siguiente paso es echar un vistazo sincero a nuestra historia personal, hablando con un amigo o un terapeuta, o simplemente escribiendo en un diario lo que nos parece importante. A lo largo de este proceso, debemos reconocer los momentos de nuestra historia que más energía contienen; es ahí donde sentimos los sentimientos o emociones más fuertes.
El tercer paso consiste en sanar esas huellas que hemos descubierto en el paso anterior. Ahora bien, podría ser una tarea larga y laboriosa intentar sanar y transformar cada huella de nuestra historia pasada. Imagínese una serpiente que intenta cambiar una escama a la vez en lugar de salir de su vieja piel de una sola vez. Así, para desprendernos de toda nuestra historia, debemos identificar tres episodios que tengan la carga más fuerte. Debemos reflexionar sobre cada una de las heridas, una por una, hasta darnos cuenta de sus preciosas lecciones, que a su vez se convierten en fuentes de sabiduría y compasión.
En el último paso, generamos la intención clara y firme de liberarnos de las garras del pasado y de entrar de lleno en los dones del presente. Para ello, debemos crear una ceremonia sencilla pero significativa que acompañe nuestra intención. Este paso es importante porque los rituales y las ceremonias sagradas nos hablan de maneras que van más allá de la lógica mental, impresionando al alma, que a su vez impulsa nuestros sentimientos, pensamientos y emociones.
A continuación, trabaja con la naturaleza eligiendo uno de los elementos. Por ejemplo, puedes encender un fuego y proceder a quemar tus historias, mientras viertes un poco de aceite de oliva sobre las llamas como ofrenda. Otra opción es navegar con tus historias hacia las extensiones de un lago o un mar atándolas a maderas flotantes con ofrendas de flores. Puedes enterrar tus historias en la tierra con un poco de vino tinto. También puedes soplarlas al viento mientras quemas un poco de incienso.
Mientras sueltas tu historia, repite: “Estoy agradecido por mi pasado, pero ya no me atrapa. Estoy agradecido por cada uno de mis ancestros, y ahora los libero”. Añade cualquier otra cosa que te resuene verdadera para liberarte del pasado y comulgar con tu destino más auspicioso.
¡Bendiciones!
Marcela Lobos